viernes, 10 de septiembre de 2010

Psicología Evolutiva Docente Mariana Ortiz
EL JUEGO

Visión de ABERASTURY Arminda
El niño trae al nacer, la expectativa de qué tipo de madre le vendrá al encuentro. Si se combinan ese hijo que necesita a una madre con una madre dispuesta a entregarse, se da la gozosa
experiencia de una maternidad feliz. Lo mismo ocurre con la paternidad porque con la misma intensidad con que un niño necesita una madre al nacer, precisará del padre, cuando
aproximadamente en cuarto mes de vida se va separando de la madre y en especial de la relación única con ella, por lo tanto encontrar al padre no sólo significará separarse bien de la
madre sino también hallar una fuente de identificación masculina imprescindible tanto para la niña como para el varón, porque la condición bisexual del hombre hace necesaria la pareja
padre ‘ madre para que se logre un armónico desarrollo de la personalidad. Una maternidad y una paternidad buenas permiten al niño superar gran parte de las dificultades inherentes al
desarrollo. A partir de la concepción del niño la pareja frente al hijo es diferente. La madre siente que se enriquece con algo que está creciendo dentro de ella y el padre se siente de algún
modo excluido. El hijo rompe la relación única de la pareja y a partir de ese día es necesario aceptar la inclusión del tercero, lo que no siempre resulta fácil. Cuando el bebé nace necesita
adaptarse a un nuevo mundo, el cual deberá conocer y comprender. Sus capacidades perceptivas van forjando una noción de ese mundo, pero su incapacidad motriz limita su posibilidad
de exploración. Mucho de sus intentos de explorar se hallarán en la base de su futura actividad de juego. Desde el nacimiento hasta el segundo tercio de su primer año de vida, el interés
del niño se centra casi de modo exclusivo en su madre. A los pocos días de vida es capaz de reconocerla por la voz y el olfato, ya al nacer sabe mucho sobre ella, puede reconocer el ritmo
del corazón al que se habituó nueve meses en que vivió dentro de ella. La vista se desarrolla desde el momento, puede fijar los ojos en un objeto sin distinguir la luz de la sombra. Su
capacidad de gustar y reconocer los sabores es muy notable desde las primeras horas del día y todas esas experiencias van configurando en su mente la imagen de su madre.
Es imprescindible que la piel de la madre esté en contacto con la del bebé desde los primeros momentos, esto prepara al niño para un buen desarrollo. La pérdida de la experiencia de estar
dentro del vientre materno se mitiga con un buen contacto físico, el cual, justamente le ayuda a elaborar la pérdida. Esta relación física es totalmente necesaria luego del nacimiento y solo
de manera gradual podrá ser reemplazada por otras formas de contacto. La carencia de esta relación satisfactoria trae como resultado trastornos en el contacto con la realidad y lo
predispone a enfermedades de la piel.
Entre el tercer y cuarto mes se producen cambios fundamentales en mente y cuerpo, ya conoce a su madre, la ama y la rechaza, se siente amado y rechazado por ella, la toca y comienza a
jugar con su cuerpo. El objeto de su amor y de su odio es la misma persona. Esta revelación de totalidad inicia un proceso de desprendimiento que lo conducirá a la búsqueda del padre y
su mundo circundante.
Alrededor de los cuatro meses comienza su actividad lúdica, ha ocurrido algo fundamental en la vida del niño: los objetos funcionan como símbolos y al mismo tiempo se producen en su
cuerpo cambios que le facilitan el examen del mundo. Empieza a ser capaz de controlar sus movimientos, coordina el movimiento de la vista y ya puede con bastante certeza, acercar con
la mano el objeto que previamente ha focalizado con los ojos y siempre que esté cerca.
Cuando entre los cuatro y los seis meses, un niño es capaz de sentarse, cambia su relación con el mundo y con los objetos que lo rodean. Tiene control cada vez mayor y puede apoderarse
de lo que necesita, siempre que este cerca, tocarlo, llevarlo a la boca y abandonarlo a voluntad. Ese lazo de sábana que lleva a la boca y tras él se esconde, representa la madre; el sonajero
que sacude, muerde y chupa; su dedo, el barrote de la cama, cada objeto cerca y lejos de él cobra vida y lo estimula a nuevas experiencias.
Jugar a las escondidas es una primera actividad lúdica y en ella elabora la angustia del despego, el duelo por un objeto que debe perder, a los cuatro meses, el niño juega con su cuerpo y
con los objetos, desaparecen tras la sábana y vuelve a aparecer, de este modo el mundo se oculta momentáneamente y vuelve a recuperarlo cuando sus ojos se liberan del objeto tras del
cual estaba escondido. También juega con sus ojos: se liberan del objeto tras el cual estaba escondido. También juega con sus ojos: al cerrarlos y abrirlos, pierde al mundo y lo tiene.
De su cuerpo salen sonidos y ahora es capaz de repetirlos una y otra los escucha y su expresión cambia. Esos sonidos llamados ladeos son su primer intento de expresión verbal, como, la
palabra comienza por un objeto concreto para su mente y también con él puede jugar. Su repetición es un juego verbal; puede hacer con los sonidos lo que hace con los objetos.
El primer juguete que puede ofrecer al niño es el sonajero, por ser heredero del instrumento musical: la sonaja. La sonaja de calabaza es hueca como el sonajero pero en su interior tiene
pequeños guijarros o trozos de madera casi siempre de un valor mágico, que al chocar contra las paredes producen el sonido. Los niños africanos, japoneses, españoles, finlandeses, los
niños de todos los tiempos; han jugado con un sonajero: también con él algo aparece y desaparece: los sonidos. El niño experimenta también mediante movimientos, descubre que al
golpear objetos también descubre sonidos. Sabe que una puerta que se cierra de golpe, un cuerpo que se cae, produce sonidos, todos le interesan y algunos lo sobresaltan. Trata de
reproducirlos para vencer el miedo y el sonajero le sirve para repetir esas experiencias. Es algo que simboliza a su madre y que él maneja con su mano.
Como su padre y como él mismo, el sonajero tiene algo dentro que se mueve y produce sonidos. Lo chupa, lo muerde, lo expresa y va reproduciendo experiencias que lo tranquilizan. Lo
golpea contra los barrotes de la cama, lo tira contra el suelo, lo muerde, lo manipula. Cuando arroja los juguetes al suelo, expresa y exige que se los devuelvan. No actúa por maldad ni
para controlar ni esclavizar a los adultos, este juego es molesto pero necesario, el niño experimenta así que puede perder y recuperar lo que ama.
Entre los cuatro y seis meses el niño entra en posesión de distintos modos de elaborar la angustia de pérdida. A través de sus juegos, intuye, experimenta y elabora las personas o los
objetos, tanto pueden aparecer como desaparecer. Expresa esto en su mundo lúdico. Es capaz de pasar bastante tiempo en reconocer los objetos y apartarlos y atraerlos hacia sí. Emite
sonidos y juega con ellos. De manera paradójica al encontrar la forma de elaborar sus angustias de pérdida, reclama con urgencia incontrolable la presencia de sus verdaderos objetos: los
padres. Llora y se llena de rabia si no le consigue, si no se lo comprende, no es necesariamente alimento lo que reclama; su madre es para él algo más que lo que calma el hambre, es una
voz, un contacto, una sonrisa, el ritmo de sus pasos; la necesita para saber que no ha desaparecido, que puede tenerla y cuenta con ella, el temor a su pérdida es la angustia más intensa a su
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edad, toda su vida emocional está marcada por ella, es el motor del juego, toda su vida emocional está marcada por ella, es el motor del juego y todas las actividades que descubrimos. Ha
empezado el doloroso proceso de abandonar la relación única con su madre y aceptar en forma definitiva la presencia de su padre. En este período sufre verdaderas depresiones. Sus
tendencias destructivas se incrementan cuando aparece el diente, instrumento que puede usarse para morder y desgarrar. Con la parición de los dientes, el desprendimiento, hasta entonces
fruto de la fantasía, se convierte en realidad. La pérdida del vínculo único con la madre y la necesidad en la vida del niño, ya no le basta su madre para el desarrollo, necesita un padre.
Pero no es suficiente la presencia del padre para el niño, también es necesario que aquel encuentre una forma de comunicación con la que responda a las necesidades de paternidad del
pequeño, que si bien se parecen a las de la maternidad tiene matices distintos. Un padre que puede bañar al hijo, darle alimento, jugar con él, salir con él, es importante. Lo es aún más el
rol que cumple reforzando su unión con la madre o la mujer no pueden separar su rivalidad frente al hijo y sienten que el dar afecto al niño está impidiendo que el otro lo exprese, pueden
inhibirse en sus funciones. Las consecuencias de la carencia materna aún no fueron objeto de un estudio profundo. El niño ha descubierto que hay partes de su cuerpo que señalan las
diferencias entre los sexos y también la revelación de que esos órganos pueden llevarlo a la unión. La angustia de pérdida que motivo sus primeros juegos continúan elaborándose en este
período, en cuyo transcurso los objetos se juntan y se separan en un continuo repetir de encuentros y desencuentros. Así como los fundamentos de su vida mental se constituyen en el
primer año de vida, también su mundo lúdico se origina en esos primeros juegos de pérdida y recuperación, de encuentros y separación.
En la segunda mitad del primer año, surge un nuevo interés en sus juegos, ha descubierto que algo hueco, juega interesantemente a eso. Este gran descubrimiento es el anuncio de la forma
adulta de expresar amor, entrar en alguien, recibir a alguien dentro de sí, unirse y separarse. Para así a explorar cuanto sea penetrable y a usar todo lo que pueda servir para penetrar, los
ojos, los oídos, la boca de las personas que están cerca, que le permiten hacer sus primeras experiencias de exploración. Sus objetos preferidos son pequeños, son herederos de sus dedos
exploradores. Luego de realizar estos juegos con su cuerpo y con los de las personas que lo rodean, pasa a jugar con cosas inanimadas_ el agujero de la bañera, caños, desagües, una tacita
de juguete, una rotura en la pared, el agujero de una cerradura, todo es objeto de sus juegos. Un palo, un lápiz, anteojos, sus dedos todo sirve para poner y sacar, unir y separar.
Entre los 8 y 12 meses las diferencias anatómicas de los sexos se manifiestan en los juegos. La niña prefiere depositar objetos en un hueco y sus juegos repetirán la experiencia; en cambio
el varón elige aquellos juguetes que le sirven para penetrar. Sin embargo ese interés no es exclusivo, su condición bisexual les permite disfrutar del juego del otro sexo, pero si el niño es
normal, su elección se hace claramente en este período.
Entre los 8 y 12 meses, el niño se desplaza en el espacio circundante, gateando. Su campo de acción se amplía y comienza una concienzuda y paciente exploración de objetos. Ya al final
del primer año ponerse de pie y alejarse voluntariamente de los objetos y reecontrarlos. En el aprendizaje de la marcha no hay andador que reemplace a los brazos de la madre. Las heces y
la orina que elaboran su cuerpo le van dando modelos fantaseados de lo que es la concepción. Entran alimentos por su boca y pasan a través del cuerpo y salen transformados; los sólidos,
susceptibles de originar formas, se transforman en el símbolo de su capacidad creadora. El niño ama y teme las sustancias que salen de su cuerpo, pero ya que éstas están condenadas a
desaparecer debido a las prohibiciones de los adultos, el niño busca ayuda en el agua, la tierra y la arena, que son los sustitutos permitidos de las heces y la orina. De este modo, el agua, la
tierra y la arena, pasarán del estado puro de sustancias para adquirir el aspecto de objetos. Serán niños, castillos, animales salvajes, mangueras para apagar incendios, líquidos con poderes
mágicos. Más tarde el adulto, le ofrecerá una sustancia, la plasticina, con la que podrá modelar objetos. Su vientre fecundo y el de la madre irán tomando el primer lugar. La fecundidad,
consecuencia de la unión comienza a interesarle. Aparecen los tambores, las pelotas, como juegos predilectos, que simbolizan el vientre fecundo. El tambor, junto con el sonajero fue uno
de los primeros instrumentos musicales. En épocas primitivas era una cavidad hecha de tierra, que se cubría con una corteza; sólo lo tocaban las mujeres y se usaba en los rituales de
fecundidad. La mano era el instrumento de percusión, que luego se reemplazó por el palillo cuando el hombre comenzó a participar en el ritual; después fue un medio de transmitir
mensajes a larga distancia y muy posteriormente se usó para ceremonias de guerra y muerte. Cada niño repite con su tambor este desarrollo histórico. Es uno de los juguetes y le interesa
sobre todo a partir del final del primer año, porque para él simboliza el vientre fecundo de la madre, luego hace un medio de comunicación y por último un objeto para la descarga de las
tendencias agresivas. Una olla de aluminio y una cuchara de madera son para el niño el mejor tambor. Entre los 11 y 18 meses sirve a sus necesidades de descarga motriz el hecho de ser
irrompible facilita esta descarga, ya que al demostrarle la realidad que no se destruye, disminuye en el niño el temor a sus tendencias destructivas y en consecuencia también la culpa.
Al finalizar el primer año, el globo y luego la pelota constituirá el centro de interés. Las fantasías de unión van dando paso al fuerte deseo de tener un hijo. El cuerpo de su madre y el suyo
propio se simbolizan en las formas esféricas. El varón y la niña se identifican con la madre, quieren un hijo dentro de su cuerpo, lo fantasean y juegan con ese deseo. Ese hijo es el que
después se hará palabra, es para el niño un objeto concreto capaz de reemplazar mágicamente al objeto real externo. Cuando dice mamá posee a su madre y cuando dice nene es como si
tuviera una hijo/a. El globo y la pelota son el vientre fecundo de su madre y también el propio, persistirán como juguete a través de los años.
Además las muñecas, los animales predilectos corporizarán a los hijos fantaseados, serán objeto de amor y de malos tratos. Todas sus experiencias biológicas se traducirán en juegos con
muñecas y animales. De este modo ha comenzado el aprendizaje de la maternidad y la paternidad.
Tazas, platos, ollas, sartenes, cubiertos, sirven para recibir o dar alimentos o someter a privaciones a sus hijos. Esta experiencia de alimentar y ser alimentado condensa también
experiencia de pérdida y recuperación.
A los dos años aproximadamente, comienzan a interesarle los recipientes, que utiliza para trasvasar de un lugar a otro. Esta actividad lúdica puede tomarse como un indicio de que espera y
necesita la enseñanza del control de esfínteres, es decir, adquirir la capacidad de entregar a voluntad contenidos del cuerpo.
Desde muy pequeño la imagen que aparece ha ocupado la vida central. El hecho que la imagen tanto la externa como la propia, sea fugitivo, lo angustia. Pero alrededor de los 2 o 3 años,
descubre como retenerla y recrearla mediante dibujos y de este modo disminuye la angustia. Comienza el niño primero a interesarse por su cuerpo, para luego investigar los objetos
inanimados, también cuando dibuja, es el cuerpo su primer interés, la casa que los simboliza será luego, objeto central de sus paisajes. Niña y varones experimentan cierto rechazo por los
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juguetes de cuerda; los padres y amigos le regalan como algo muy valioso, pero diré que nunca un juguete de cuerda se convierte en predilecto del niño. Cuando es pequeño su manejo le
resulta difícil, no le causa placer y además le incrementa una profunda frustración, posibilitado por la impotencia y la incapacidad de usarlos. Le cuesta manejarlos o se le rompe con
mucha facilidad, lo cual es motivo de angustia. Todos aquellos juguetes que por su sencillez facilitan la proyección de fantasías son los que tendrán más posibilidad de ayudar en la
función específica del juego, que es la de elaborar sus situaciones traumáticas. Varones y niñas juegan a alimentar, alimentarse, evacuar, retener. Solo los adultos, proyectando sus
prejuicios sobre la diferencia de sexos, rechazan este juego en los varones y le permiten en las niñas. Olvidan que también ellos jugaron a tener hijos y a cuidarlos.
El niño que juega investiga y necesita cumplir una experiencia total que debe repetirse, respetar. Su mundo es rico y cambiante, e incluye ínter juegos permanentes de fantasías y realidad.
Si el adulto interfiere e interrumpe su actitud lúdica, puede perturbar el desarrollo de su experiencia decisiva que, el niño realiza al jugar. No son muchos los juguetes que necesita para
esta actividad: por el contrario si son demasiados pueden trabarlos en sus experiencias, produciéndoles confusión. Tampoco precisa grandes espacios pero si un ámbito propio del que se
sienta dueño. Alrededor de los tres años, la pasión de un varón es los autos y la locomotora, pasión que comparte con las niñas. La organización genital sé ido desarrollando, la niña y el
varón se sienten empujados a experiencias genitales y la subliman a través del juego. Jugando representan sus fantasías de la vida amorosa de sus padres y de ellos mismos, el nacimiento
del hijo, los actos de masturbación. El pequeño garaje de juguete se usa para juegos de penetración íntimamente ligados con la alimentación y la reparación, lo mismo ocurre con los
puentes que usa con los trenes.
El juego con las muñecas y animales satisface sus necesidades de paternidad y maternidad.
Ya a esta edad, niños y varones, empiezan a valorar un cajón, un ropero un pequeño mueble donde puedan guardar sus juguetes. La destrucción y el desorden le produce angustia y
empieza a interesarle la limpieza y el orden. Necesitan ver que algunas cosas pueden reponerse y en este período resulta más placentero para un niño volver a ver un juguete que ha sido
arreglado que recibir uno nuevo. La lucha contra las tendencias destructivas ha comenzado a hacerse activa. La simbología de la vida genital es muy rica entre los 3 y 5 años. El juego del
niño se amplía y se complica en esta época, la intensidad del mismo y la riqueza de sus fantasías nos permite evaluar su armonía mental. El niño, que juega, bien tranquilo, con
imaginación, nos da una garantía de salud mental, aunque tenga unos pequeños síntomas de angustia a los padres. Su vida mental está poblada de imágenes que lo apaciguan y de otras que
lo inquietan; a ambas teme perderlas, necesita conservarlas, recuperarlas, revivirlas, rehacer la angustia que la provocan y de este modo abundan en detalles los objetos fantásticos y reales
que recrean todos sus dibujos. La imagen es fugitiva y el dibujo la retiene y la inmoviliza; esta capacidad de recrear objetos en imágenes inmóviles es una nueva forma de luchar contra la
angustia de pérdida. La imagen entra también por otro camino en el mundo de sus juguetes: aparece con el libro, y la monotonía con que pide que se le repitan sus pequeñas historias y le
muestren sus dibujos es también una forma de elaborar esta angustia de pérdida. Hay niños cuyos juguetes son las imágenes de sus libros. La vida moderna le ofrece al pequeño la
posibilidad de hacer aparecer y desaparecer la imagen a voluntad, después de los tres años, cuando el niño dibuja su cuerpo, o el de los padres, hermanos o abuelos, logra ya una imagen
total del cuerpo y esto lo tranquiliza. Está tan interesado en reconocer su propio cuerpo como el de los niños del otro sexo, el de su padre, como el de su madre; por eso mirando sus
dibujos, es difícil reconocer a que sexo pertenece el dibujante. Solo en la pubertad esta diferencias se hace muy llamativa. La niña dibuja mujeres con formas muy marcadas y por lo
general cargado de adornos. El varón en cambio, dibuja personajes cargados de revólveres, espadas y ametralladoras.
Los deseos genitales adquieren pujanza entre los 3 y 5 años y se expresan en todo tipo de actos, de modo que solo una parte de ellos queda libre para la relación edípica con los padres. Los
juegos sexuales entre niños son la norma, y no solo no son negativos sino que contribuyen a un buen desarrollo. Los deseos sexuales pueden canalizarse en el juego a la mamá y al papá,
doctor y enfermera, a los novios, a los casados, a la sirvienta y en ellos satisface el deseo de tocar, tocarse, ser vistos y verse. Después de los 5 años el niño se deleita con juegos de
conquista, de misterio y de acción.
Pistolas, revólveres, escopetas, ropa de cowboys, batman, disfraces de pistoleros; pueblan sus juegos. La niña en cambio, prefiere juegos más tranquilos; se entienden con sus muñecas, se
preparan comidas, sirve el té, finge relaciones sociales, entra en un aprendizaje de los rasgos femeninos con los que busca identificarse con su madre; suele pedir ropa a ésta y disfrazarse.
La entrada en el colegio cambia profundamente el mundo de los juegos. Las letras y los números se convierten en juguetes para los niños. La curiosidad por el conocimiento es la
continuación por la curiosidad que sintieron por el mundo circundante hasta los 5 o 6 años. Con el aprendizaje escolar aparecen nuevos juegos donde se combinan las capacidades
intelectuales con el azar. El niño realiza el aprendizaje de la competencia y compartir los roles en su grupo mediante múltiples juegos que van desde el azar hasta la pericia. El ludo, las
carreritas, la lotería, el dominó, el estanciero le abren un mundo nuevo. En este mundo competir significa al principio aniquilar. Si triunfa sobre alguien pero no con alguien. Será
necesario un largo aprendizaje para llegar a una nueva forma de competencia en la que se incluye y admite la posibilidad de triunfo de dos con iguales valores. El ludo le permite al niño
simbolizar un encierro inicial en el que la apertura hacia el mundo surge del azar: el dado. Una vez que ha salido de la casilla, recorre un camino salvando obstáculos o recibiendo ventajas.
Este camino es el símbolo del que recorrerá en la vida real hasta llegar al éxito o al fracaso. Sólo podrá decidir si sacará sus cuatro fichas desde el principio o economizará algunas para
una posible estrategia final. De este modo simboliza el manejo de sus fuerzas en esta lucha de adaptación y conquista del mundo. La lotería también sitúa al jugador en un engarce de
habilidad y suerte. La atención y concentración con las que juegue decidirá muchas veces el éxito. El juego con barajas ofrece así mismo una amplia gama de posibilidades combinaciones
entre habilidades y azar.
En todos ellos debe afrontar la lucha contra un adversario, entregarse o triunfar. Puede ayudarlo algunos golpes de suerte, pero su pericia decidirá también ese golpe de suerte. Estos juegos
placenteros para la niña y el varón, se alternan con otros en los que acentúa la diferencia de sexos. Todos los niños juegan al tatetí . Cada jugador dispone de tres fichas y gana aquel que
evita que sus competidores los ordene en la misma fila y en cambio consigue esto para si. La disposición de las líneas no interesa, sólo es importante interpone entre dos que quieren ser
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tres, o llegar a ser tres. Este juego es el símbolo de las viscisitudes que la vida impone hasta llegar a establecer una buena situación edípica. Los competidores son los hermanos y se lucha
por conseguir la relación ideal con los padres, a igual distancia del uno que del otro.
En el estanciero, se inicia el juego con un azar, símbolo del equipo con el cual cada uno de nosotros iniciamos nuestro enfrentamiento con el mundo.
En el juego, lo determinan el número que señalan los dados. Una vez iniciado, hay ciertas posibilidades de invertir el capital. Pueden hacerse buenas o malas inversiones. Si comparamos
los niveles de comprensión del manejo y del significado del dinero en el mundo actual con el que se ejerce en ese juego, difícilmente encontraríamos mucha diferencia.
Los actos de generosidad y avaricia, de derroche y ahorro, se ejercitan, revelando mucho de la personalidad del jugador y de su forma de relación con el dinero. Para el hombre actual, el
dinero y el manejo del dinero configuran una situación traumática muy intensa; en nuestra sociedad, tal como está organizada, acarrea una serie de angustias y culpabilidades.
La creación de este juego, el jugarlo, son intentos de elaborar estas angustias.
En las damas y el ajedrez, el motor inconsciente del juego es la necesidad de enfrentar a los padres, entrar en su mundo de adultos y compartir con ellos. Ya no es parte del azar, sino que
el éxito depende de la habilidad para lograrlo mediante el conocimiento de las reglas y el manejo adecuado de sus capacidades. En esta edad una niña juega con preferencia a la pelota del
cesto mientras que el varón prefiere el fútbol. En uno y otro juego cada niño elige su papel en el equipo según las modalidades y con las capacidades de lucha y conquista frente al mundo.
Hay juegos que revelan su significado genital de un modo muy poco encubierto: las bolitas, el balero, el fútbol. En cambio hay otros que lo encubren cuidadosamente, que lo llevan,
digamos a un plano casi de abstracción.
¿Qué significa la rayuela? Se entra y se sale, el que se detiene pierde, hay dificultades y ventajas, cielos e infiernos. Lo juegan niñas y varones. Los adultos fabrican los juguetes de los
niños: algunos permanecen sin modificaciones, a lo largo de los años, como el sonajero y la pelota. Otros son copia de situaciones nuevas y van respondiendo a la necesidad del adulto de
elaborar la inclusión de nuevas situaciones de peligro. Ejemplo de ello es la invasión de platos voladores y elementos de la guerra atómica que hicieron su aparición en el mundo de los
juguetes y en las imágenes de las historietas para niños de esta edad.
A partir de los 7 u 8 años y hasta llegar a la pubertad, el cuerpo vuelve a tener un rol fundamental. Se intensifica el gusto por la lucha, las carreras, el fútbol. Se acentúa el placer por el
juego de la mancha y las escondidas, por loe juegos de mano. La culminación de ests juegos es el cuarto oscuro, donde la exploración y la búsqueda ya tiene contenidos genitales muy
evidentes.
La oscuridad, como condición necesaria en ese juego, hace en la medida en que se van definiendo más las capacidades genitales y hace posible la utilización de órganos. Si el comienzo
de su vida, el niño paso del juego con el cuerpo al juego con los objetos, para orientarse nuevamente y de un modo definitivo hacia su cuerpo y el de su pareja.
Desprenderse de los juguetes exige del niño una larga labor de duelo. Vemos adolescentes que guardan algunos juguetes de la infancia, cuando hace mucho tiempo que no los utiliza para
jugar.
A partir de los 10 u 11 años, a la niña y al varón les gusta agruparse. Los varones se rodean de varones y las niñas de niñas, porque necesitan conocerse y aprender las funciones de cada
sexo. Abandonan paulatinamente el mundo de los juguetes y en la pubertad, cuando los dos grupos se unen, las experiencias amorosas sustituirán a sus juegos con jueguetes. El
adolescente no sólo se despide de sus juguetes y de su mundo lúdico, sino que también se desprende de cuerpo de niño para siempre. Su condición de adulto es el resultado de sucesivas
pérdidas de la identidad infantil y adolescente, pérdidas que lo preparan para una nueva experiencia; la de hijo.
El niño al nacer trajo la expectativa del tipo de padres que vendrían a su encuentro. La totalidad de sus experiencias con ellos y con el mundo determinarán ahora su forma de anhelar y
recibir un hijo.
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