lunes, 21 de julio de 2008

El poder de la familia

EL PODER DE LA FAMILIA
Francisco Massó Cantarero
Psicólogo
Si el poder es la capacidad de influencia que posee y ejerce cada persona, podríamos decir que el poder de la familia sería la resultante de sumar las capacidades individuales de los miembros que integran la familia.
Sin embargo, la Psicología Social propone que, al interior de cada grupo humano, 2+2>4. Y, evidentemente, la familia, en tanto que grupo primario humano no se sustrae a esta ley.
La familia es un grupo primario, al menos bigeneracional, cuya esencia son los servicios, de ahí su nombre, que se prestan mutuamente sus componentes, en función de los vínculos afectivos que les unen.
El núcleo de la familia lo integra la pareja, dos personas que se quieren, que organizan un sistema de vida común, del cual provienen otras vidas, que germinan, nacen y se desarrollan a expensas de la generosidad del núcleo inicial.
Campo de influencia
El primer servicio que presta la familia, es obvio, consiste en dar la vida. Cada uno de los padres, en el plano biológico contribuye con el 50 % de la carga genética. La Naturaleza lo ha decidido así: en la génesis de cada vida, cada progenitor interviene mitad por mitad.
Inmediatamente se suceden los procesos psicogenético y, más tarde, el de socialización, la creación de la psique y de la dimensión social del ser humano, durante los cuales la capacidad de influencia de cada progenitor es deseable que siga siendo proporcional y equilibrada, de forma que el niño y la niña puedan decir que tienen padre y madre psicológicos, igual que biológicos.
Winnicot establece que la raíz de la patología está en la madre que no logra establecer un vínculo sano con su bebe.
Bowlby también sitúa la base de la personalidad sobre la pertenencia, diferenciando cuatro tipos de vinculación, cada una de las cuales tiene sus secuelas posteriores a lo alrgo y ancho de la vida de la persona. Estos cuatro tipos de vínculos, de forma resumida, son:
1º/ Vínculo sano: Los niños que tienen padres sensibles y atentos consiguen antes su independencia y establecen relaciones estables, satisfactorias y sanas.
2º/ Vínculo ambivalente: El niño se ve amenazado de ser abandonado, porque los padres pueden estar, o no. Esto les crea angustia y los irrita; consecuentemente, responden a los padres con la misma ambivalencia.
3º/ Vínculo de evitación: El niño espera ser rechazado y evita el contacto. Procura arreglárselas solo, sin necesidad de nadie. De esta actitud, parte la personalidad narcisista.
4º/ Vínculo mal organizado: Corresponde a niños maltratados, que han sufrido abusos sexuales, o emocionales, o que hubieron de soportar a padres con trastornos mentales. Después, tienen problemas con los demás, o se mantienen alejados.
Stern, por su parte, mediante observación directa, ha puesto de manifiesto la importancia de la estructura familiar en la configuración evolutiva del yo, en cinco fases: Emergente (de 0 a 2 meses) cuya tarea principal es el acercamiento senso-perceptor. Nuclear (de 2 a 6 meses) es el período de mayor relación social. Antes sólo recibían cuidados y después aparecerán los juguetes. El yo nuclear es el cuerpo, la conciencia corporal. Intersubjetivo (de 6 a 9 meses), cuando el niño comienza a compartir sentimientos e intenciones. Es la comunicación antes de la palabra. En esta fase, el niño aprende qué se puede compartir y qué no. Verbal (de 9 a 15 meses), El niño comienza a hablar y puede sentirse mal porque no puede expresar todo cuanto quiere, le falta vocabulario. Finalmente, el yonarrativo ( de 15 a 18 meses), comienza la construcción de la historia personal, como un ser en el mundo.
Inauguramos nuestra persona en relación; el yo sólo puede surgir en una relación que nos dé seguridad y resulte confirmatoria de nuestra existencia. Para un bebé que no puede pensar, ni sabe tan siquiera que es capaz de sentir, comprobar una y otra vez que cuando él /ella mira a su madre o padre, éstos le devuelven la mirada, ello representa una confirmación de su propia existencia y entidad.
La influencia psicogenética de la familia comienza, incluso antes del nacimiento, cuando la pareja, juntos o por separado, comienza a tejer expectativas sobre el nascituro. Los futuros padres, apenas conscientes del embarazo, ya desean una identidad, sueñan, especulan y se disponen a proyectar sobre su futuro hijo un sinfín de propuestas. Sin darse cuenta, simplemente a través del nombre que le imponen, confluyen sobre el bebé augurios y esperanzas que el niño, o la niña, se verán obligados a satisfacer.
La psicogénesis será cada vez más pretenciosa, en paralelo a las posibilidades de asimilación del bebé, mediante el proceso de impregnación. Todo cuanto el bebé ve, oye y capta intuitivamente, es introyectado sin crítica, toda vez que, carece de elementos de contraste para establecer cualquier tipo de discriminación.
La influencia a lo largo del proceso de urdimbre primigenia, por utilizar la terminología de Rof Carballo, corresponde sobre todo a la figura que da el pecho o el biberón al lactante; con ella establece los vínculos afectivos más simples y profundos.
Durante el proceso de socialización, la influencia es plural, mucho más rica, porque el niño comienza a pertenecer a otros grupos, inicia la socialización en la guardería y, a continuación se sucede la fase preescolar. Las influencias se multiplican, e incluso pueden resultar contradictorias con respecto a la influencia de la familia de base. El poder se hace antagónico, invitando al niño a que efectúe sus primeras elecciones e identificaciones.
Parámetros
Durante esta etapa, la influencia sana de la familia tiene una serie de parámetros, que resumo así:
1º/ Estructura básica que otorgue el apoyo mínimo necesario. La estructura está referida a las normas que dan solidez al grupo: el contrato matrimonial, sea cual sea su formulación, que determina el compromiso recíproco de la pareja, el acoplamiento de roles en el seno de la misma, la estabilidad afectiva que dé unas ciertas garantías de continuidad y, en una sociedad tan compleja como la nuestra, es obligado incluir un cierto confort material como elemento integrante de la estructura.
Cada uno de los componentes de la estructura son fuente de influencia sobre el educando y contribuye de forma decisiva en su proceso psicogenético. Por ejemplo, si la afectividad entre los padres es antagónica y hostil, el niño crecerá en medio de un conflicto, su psique estará mediatizada por la belicosidad y agresividad que ha vivido desde el origen.
2º/ Respeto al proceso de individuación singular de cada miembro, que se ha de hacer compatible con la integración de las normas básicas de la socialización. El niño nace dentro de una cultura y ha de adaptarse a las pautas y convencionalismos que ésta entraña; si no fuera así, todos seríamos salvajes.
Pero, este proceso de acomodación a la cultura ha de hacerse respetando el derecho a ser una persona singular, única, que tenemos cada uno, desde el nacimiento.
Invadimos al educando cuando le imponemos nuestros gustos, ideología, ritos, creencias, nuestro estilo de vida, aspiraciones e ideales.
Se ha dicho que la única enseñanza es el ejemplo. En este sentido, los padres pueden y deben ser coherentes en su modo de hacer la vida; pero no aspirar a que sus hijos les secunden en todo.
La falta de coherencia, anula la capacidad de influencia, al menos parcialmente, en el área afectada por la incongruencia. Por ejemplo, un padre o madre que no leen nunca un libro carecen de legitimidad para imponerles la lectura a sus hijos; a estos les faltará modelo de esfuerzo.
3º/ Cohesión del modelo paterno, ante el papel de guía que concierne a los padres, en pro de fomentar valores y favorecer la integración de las normas de socialización. Es terrible el daño que hacemos a nuestros hijos, cuando el padre, o la madre, aconseja u ordena un determinado planteamiento y, a continuación, viene el otro progenitor y desautoriza al anterior, bien porque actúa de forma contraria, bien porque deja en entredicho la pauta que estaba en vigor.
Cuando falta cohesión, la influencia es divergente y consigue confundir al niño, o lo invita a vivir en una coyuntura provisional, en el mejor de los casos; ya que por este camino, podemos encontrar a familias esquizofrenógenas, que hacen del doble vínculo caldo de cultivo para trastornos severos de la personalidad de los hijos.
4º/ Apertura para integrar alternativas distintas, no sólo para resolver conflictos, sino para encajar la diversidad que aporta cada miembro de la familia. La influencia sana siempre es recíproca. De no ser así, nos habremos topado con una secta, algún tipo de dogmatismo, más o menos despótico.
Cuando la familia constituye un grupo cerrado, posiblemente, está regida por una persona autoritaria que ve amenazado su dominio con cualquier tipo de confrontación; consecuentemente, impermeabiliza las fronteras del grupo para disminuir la diversidad.
Para que la influencia no derive en imposición, es preciso mantener abiertas todas las fuentes opcionales, que posiblemente se contrarrestarán y buscarán un equilibrio inestable; si excluimos, comenzamos a manipular y terminaremos por ejercer un tipo de poder maximalista y monolítico.
Modelos de ejercicio del poder
Si comprendemos la familia como un campo de fuerzas en interacción, el núcleo del poder o foco radial de ese campo gravitatorio ha de estar ocupado por la pareja paterna. El padre y la madre que comenzaron dando la vida, han de continuar inseminando a sus hijos durante el proceso psicogenético de impregnación e, igualmente, habrán de suministrarles el modelo básico para el de socialización. Esta influencia ha de ser paritaria y radial, aunque tenga carácter transaccional, porque los padres también pueden recibir influencia de sus hijos.
Sin embargo, no siempre el centro del campo de influencia está ocupado por la pareja; hay familias matriarcales y patriarcales, que excluyen a uno de los miembros de la pareja, y otras familias están focalizadas por algún hijo o por otro pariente (tías o abuelos viudos, generalmente) que desalojó a los padres de su papel de guía y referente, usurpando todas las atribuciones del ejercicio del poder, en cualquier sentido.
Vamos a revisar algunos de estos fenómenos.
Familia matriarcal: Está encarnado por una madre protectora e invasora, que mantiene periférico al padre y adopta actitudes negativas ante la masculinidad, para de ese modo lograr imponer sus ideas y decisiones. El matriarcado puede establecerse desde la elección de pareja, cuando la mujer busca a un hombre débil, que presente vulnerabilidades patentes, que darán justificación a posteriores ataques, que neutralizarán la eventual capacidad de influencia que pudiera tener como padre.
Como quiera que la masculinidad queda denostada desde la figura de poder, los estragos en la psicogéneisis de los hijos, hombres y mujeres, serán devastadores.
La madre, emocionalmente frustrada por un marido que no la merece, puede establecer alianzas, preferentemente, con alguno de sus hijos varones, o con alguna hija, configurando un alter ego del padre, a quien hace depositario de sus confidencias, e instrumenta como medio para efectuar su control. Pero mantendrá secuestrada la capacidad de decisión de sus hijos, su firmeza y posibilidades de independencia, bien porque recompensa la sumisión y obediencia ciega, bien porque cercena cualquier iniciativa o intentona de zafarse del yugo materno.
Familia patriarcal: El núcleo del poder está ocupado en exclusiva por el padre, que eligió a una compañera a quien colonizar fácilmente, de tal manera que él destaca como modelo de excelencia, aunque sea una impostura. En esta familia sobra estructura, ambición y competitividad, pero falta cohesión, afecto y armonía. Hay muchas normas, o la disciplina única es hacer lo que mande el padre en cada situación.
También es muy alto y rígido el nivel de aspiraciones, especialmente el que se cierne sobre los hijos varones y con mayor intensidad sobre el hijo mayor. Aunque esté oculto, un pretencioso nivel de aspiraciones puede ser un foco de angustia que dificultará la adaptación, bloqueará el rendimiento escolar y lastimará la estructuración del yo. Cuando la meta se pone en conseguir que triunfen los hijos, estos pueden verse presionados por tal cúmulo de exigencias que la consecución del objetivo se convierte en una tortura. La presión sobre las hijas, desde el patriarcado, se centra en conseguir que superen a primas e hijas de conocidos, nunca que pretendan ser superiores a sus hermanos, y que, en todo caso, hagan un buen matrimonio.
El patriarca tampoco admite la autonomía de los hijos, ni está dispuesto a respetar su singularidad, ritmos y peculiaridades personales. Por ello, cercena la creatividad, la originalidad y la expansividad vital de los hijos, buscando su uniformidad, determinando quienes hayan de ser sus amistades, qué lugares de reunión han de frecuentar, qué estudios habrán de "elegir" (...) y hasta qué partido político tienen que votar. Detrás de todo este ingente esfuerzo sólo hay vanidad y narcisismo que pretende que los hijos resulten réplicas del modelo paterno, absolutamente ufano de sí mismo.
Familia elíptica: Es aquella donde hay dos núcleos de poder disgregados, incompatibles entre sí, que se alternan en la influencia, convirtiéndose uno en virtual, mientras está activo el otro. Es el caso de familias que conviven con un abuelo o abuela viudos, cuya autoridad es indiscutible, o con alguna tía soltera que ejerce de ama de llaves. Estas personas son intrusos que, no sólo usurpan tareas y funciones que corresponden a los padres, sino que bloquean la vinculación afectiva necesaria entre padres e hijos. Estos tienen dos padres, o dos madres, y querrán más, o de manera más explícita a quien mejor les gratifique.
La influencia positiva que pueden ejercer los abuelos, manteniéndose dentro de los límites de respeto al papel que concierne a los padres, resulta contraproducente cuando se convierten en usurpadores y "desautorizan" a sus hijos, ahora padres también.
Familia constructiva: Es la familia que mantiene a la pareja paterna en el centro gravitatorio, determinando diferentes niveles de comunicación e intimidad entre los restantes miembros que integran la familia. En cualquier caso, los hijos giran en la órbita del campo de influencia determinado, al unísono, por los padres. De igual modo, hay temas y asuntos que son susceptibles de discusión abierta, en la que unos se muestran receptivos a las propuestas de otros, mientras otros asuntos corresponden a la privacidad individual de cada miembro, cuya identidad y singularidad está plenamente asegurada y respaldada.
Esta familia garantiza las condiciones óptimas para que la persona pueda crecer y desarrollar su proyecto existencial, con las interferencias mínimas y todos los apoyos posibles.
Esta familia otorga permisos abundantes y sinceros para ser, pensar, sentir y expresarse libremente. Cada uno de sus miembros cuenta con ser escuchado y respetado, aunque vaya a encontrarse con planteamientos contrarios a los propios, que nunca pretenderán ser imposiciones, sino planteamientos antagónicos que enriquecerán los propios y les harán madurar, otorgándoles mayor consistencia, precisamente, como fruto del antagonismo mismo.
Problema actual
Actualmente, asistimos al vaciado del poder de la familia, invadida por el poder omnímodo de la televisión, la atracción del ordenador y la celeridad vertiginosa del ritmo de vida. Voy a desarrollar estos tres puntos con mayor detalle.
Condicionamiento televisivo:
Desde pequeñitos, nuestros hijos reciben un condicionamiento contundente, propiciado por los propios padres, que determina una dependencia crónica del televisor. Los niños integran el televisor como un agente más del cuerpo familiar, que no sólo está siempre de guardia, sino que incluso tiene más constancia que el padre y /o la madre. Enseguida comienzan viendo dibujos animados, mientras que, en determinados momentos, a duras penas logran la atención de los padres, sustrayéndolos del cautiverio que estos mismos sufren respecto al televisor.
Posteriormente, el interés irá oscilando de las películas a los deportes, y de los seriales a los horrorosos programas basura; pero, en cualquier caso, el televisor se impondrá sobre las intentonas en contrario para hacerlo callar.
El televisor no sólo hace callar a la familia, sino que la dispersa físicamente.
En muchos hogares, hay más de un receptor, por muy reducido que sea el espacio disponible, y con frecuencia funcionan todos a la vez, captando diferentes programas, según los gustos de los espectadores, que optan por separarse físicamente para evitar conflictos.
Muro virtual:
El ordenador, además de ser un excelente instrumento de trabajo, es otro divertículo que distorsiona el funcionamiento de la familia como grupo. El ordenador cautiva nuestra curiosidad porque es una fuente de información inmensa, además ofrece juegos, permite entrar en relaciones anónimas, escrutar los rincones más íntimos y transgredir ciertas prohibiciones establecidas por la propia familia. Pero, el ordenador también es un muro frente a la interacción con la familia, una coartada para dejar de estar juntos, que lamina las posibilidades de influencia recíproca que los miembros de la familia pueden ejercer entre sí.
La prisa existencial:
En la segunda infancia, pasados los siete años, comienza un frenesí extraescolar atosigante. El niño se ve obligado a asistir a clases de todo género de materias, fuera del horario escolar, quizá para dar tiempo a que los padres puedan cumplir con sus obligaciones laborales antes de poder recogerlos, o quizás porque sea la costumbre usual. Estas actividades no sé si enseñan música, ballet, kárate, yudo, expresión plástica y cuanto pretenden, pero es indudable que educan para vivir deprisa, favorecen el agotamiento diario y, desde luego, reducen drásticamente el tiempo de convivencia de la familia.
Sin terminar la adolescencia, los menores viajan solos, pretenden salir de casa sin límite de hora de retorno, disfrutan vacaciones con grupos de iguales, ajenos a las posibilidades de control de los padres, se inician pronto en el sexo, trabajan "para hacer frente a sus gastillos", esto es, para consumir más de lo que pueden permitirles sus padres, y hacen del hedonismo una suerte de religión, cuyo valor supremo es "hacer lo que me apetece".
Sin formular valoración alguna, todos estos fenómenos sociales reflejan una aceleración en los ritmos existenciales, que conlleva una serie de valores que, inicialmente, son desapercibidos para la familia, que puede verse sorprendida y atrapada por ellos más adelante. Por ejemplo, la diversión es una necesidad psicológica; pero, elevada al rango de valor absoluto, es degradante y destructora. El compañerismo o la camaradería son valores excelentes, pero si suplantan la capacidad de influencia de la familia o la institución escolar, pueden acarrear consecuencias calamitosas.
Desgraciadamente, en muchos casos, el vértigo de la experiencia existencial conduce a una escalada en el consumo de estímulos, que incluye la habituación a drogas, la osadía aventurera y cualquier "perfomance" que anticipe algún atisbo de placer, aunque sea efímero. En paralelo, arrincona valores que, anteriormente, han sido incardinados por la familia, tales cuales puedan ser el esfuerzo, la constancia, el afán de superación, el respeto mutuo, el sentido del deber, el amor al trabajo o la solidaridad.
Por otra parte, la familia huye de sí misma por el ansia de ver..., de conocer..., de estar en el ir y venir, en el ajetreo de los puentes, en la indiferenciación impersonal de los hoteles, en la bulla de los restaurantes y en la masificación de los parques temáticos y locales de ocio. Con tal de no estar consigo mismos, vale cualquier pretexto, toda artimaña, sea cara o barata.
En resumen, hoy por hoy, el silencio de la familia es un fenómeno que deja huérfanos a muchos niños y niñas, luego adolescentes y jóvenes, que tienen padres biológicos y proveedores de medios instrumentales de toda índole, pero carecen de referentes, desconocen, en gran medida a sus progenitores, no saben de ellos cómo trabajan, qué piensan, cual sea su biografía, cómo han ido madurando, que valores inspiran su vida y cual sea la razón de ser que da norte a su vida.
Recuperación del poder de influencia
Cualquier síndrome de conducta comienza a tener buen pronóstico desde el momento que la persona cobra conciencia del problema. Este prospera a la sombra de la ingenuidad, mientras la persona está pasiva y espera que sea el tiempo quien le arregle la vida y vaya ordenando los acontecimientos.
Darse cuenta del silencio de la familia es el primer paso para dejar de estar callados.
Prevenir es mejor que curar. En este sentido, es aconsejable crear una cultura de pareja, que resulte suficientemente atractiva, dinamizadora, positiva y sana para los propios cónyuges, a fin de que pueda favorecer el desarrollo armónico de la familia, conforme vayan incorporándose nuevos miembros descendientes, o sobrevengan los ascendientes.
Quizá sea preventivo divertirnos juntos, crear un ocio compartido propio, fomentar la interacción entre padres e hijos, desde el inicio de la vida y evitar la dependencia de los medios que nos hacen la vida, nos organizan el tiempo, nos amueblan el cerebro y nos ahorran el esfuerzo de pensar y sentir.
Que el padre, o la madre, cuente a sus hijos un cuento inventado es mucho más constructivo que ponerlos frente al televisor, para que se traguen lo que haya.
Jugar juntos, toda la familia, puede ser el mejor regalo de Reyes que podemos hacer.
Comer juntos, en una sala sin televisor, puede darnos oportunidad de dialogar, bromear, contar trivialidades o estar en silencio. Pero, en cualquier caso, la familia está consigo misma, sin intrusos, ni agentes de enajenación.
Al llegar la adolescencia, compartir un deporte, jugar al tenis, hacer ciclismo, esquí, o senderismo; compartir una afición sea la fotografía, el cine, la literatura, el teatro, la música o alguna actividad folclórica, pueden ser nexos que hacen evolucionar el vínculo familiar.
Dialogar, respetando las diferencias de criterios y escuchándose mutuamente sobre temas de actualidad, sean políticos, religiosos o sociales, es una forma de reconocer la adultez y autonomía de todos.
Enseñar manualidades, el propio oficio, cualquier tipo de destreza o habilidad que el padre o la madre puedan transferir, si el hijo /hija quieren adquirirla, es otra herramienta para hacer evolucionar los vínculos iniciales y prolongar la capacidad de influencia.
Introducir al hijo /hija en los propios círculos sociales (Club deportivo, sindicato, círculo cultural, etc.) puede crear lazos de camaradería, complicidades e intereses muy positivos.
Viajar juntos a lugares consensuados previamente, compartir algunos días de vacaciones, o, simplemente, una experiencia festiva como pueda ser un espectáculo, son otros tantos medios de hacer evolucionar los lazos familiares.
Madrid, 9 de mayo de 2003

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